miércoles, 29 de mayo de 2019

Los Molinos del Río Merón (Villaviciosa).

Ruta de los Molinos del Río Merón (Villaviciosa).


(Río Merón)

Nueva ruta molinera, y esta vez volvemos a la Comarca de la Sidra, concretamente al concejo de Villaviciosa, por donde estuvimos no hace mucho recorriendo la preciosa ruta de los Molinos del Profundu, ruta que podéis ver AQUÍ. Esta vez vamos a conocer otro itinerario de gran valor etnográfico, que se desarrolla a lo largo de la cuenca del río Merón, pues hasta 15 molinos se disgregaban en el curso del tramo fluvial hasta su desembocadura en el Cantábrico.
Ingenios hidráulicos de gran importancia en un pasado no muy lejano para la vida diaria de las comunidades. Hoy, sus abandonadas ruinas, se abren paso a duras penas entre una exuberante vegetación que las reclama.
Se trata de una ruta de gran belleza, que discurre a la sombra de un umbrío y frondoso bosque de ribera, entre arces, alisos y avellanos, donde el verde musgo y los helechos todo lo tapizan.
Si bien el trazado del serpenteante camino es evidente y con poco desnivel a salvar, debemos vadear el río constantemente y en incontables ocasiones, por lo que tenemos que poner mucha atención a los resbalones y, según la época del año, el caudal puede ser lo suficientemente abundante como para complicar bastante el paso, así que ojo.
  
Cartografía IGN 1:25000 Hoja 15-3

Cota mínima: 1 m.
Cota máxima: 172 m.
Desnivel acumulado: 190 m.
Distancia: 12 km.
Tiempo: 5:45 h (Con las paradas).
Inicio/Fin: Playa de Merón.

Descarga el track AQUÍ.


Por la N-632, en nuestro caso procedentes de Gijón, tomamos el desvío a Argüeru, como a unos 4 km después de pasar Venta las Ranas. Pasando por Puente Robléu, en el barrio de Cuatro Caminos, nos dirigimos entonces hacia la playa de Merón, donde dejamos el coche en una explanada destinada a tal efecto en la misma playa.
Si bien, muchas personas comienzan la ruta en Puente Robléu, donde por cierto no hay mucho sitio para aparcar precisamente, y siguen el curso del río aguas abajo, nosotros encontramos más cómodo empezar la ruta en la playa, siguiendo el itinerario aguas arriba; por dos razones: la primera, por el tema de aparcar y, la segunda, porque de esta forma no nos vamos a comer a la vuelta la subida por carretera desde la playa para cerrar la circular, siendo así el desnivel tan progresivo que resulta inapreciable.

 La ensenada de Merón, donde desemboca el río del mismo nombre que hoy nos atañe, se sitúa entre las parroquias de Argüeru y Careñes. Se encuentra flanqueada por hermosos acantilados e inmersa en plena Costa del Jurásico Asturiano, pues en ella se han descubierto yacimientos de icnitas, como veremos indicado en un panel informativo.

Así que comenzamos a caminar a rumbo sur, dando la espalda a la playa, para pasar al momento junto a un panel informativo, al respecto de nuestra ruta y cuando cruzamos el Merón por un primer puente.

Un poco de detalle del panel, donde vemos situados en un mapa los molinos que nos vamos a encontrar a lo largo del trayecto. Trayecto que sigue parte del itinerario del PR AS-50 Ruta Mariñana de Los Molinos.

A partir de ahora sólo debemos seguir la marcada traza señalizada, sobretodo con abundantes marcas de pintura.

De esta manera, nos vamos adentrando en el valle del río Merón aguas arriba, por una senda un tanto colmatada de helechos, que están en pleno apogeo.

Enseguida nos va engullendo un entorno muy exuberante; más en la época primaveral en la que estamos.

Y pasamos al lado de un puente construido a base de bloques de piedra, que salva el río hacia su otro margen, pero por el que no debemos cruzar, manteniéndonos en la traza que traemos.
Veremos y pasaremos por unos cuantos de este tipo; unos en buen estado y otros ya sólo vestigios.

Entorno de ribera muy frondoso, pero que recorremos sin problema, pese a lo que pueda parecer en la foto; por lo menos en nuestro caso.

Con rincones muy bonitos a la vera del río, que van a ser una constante en toda la ruta.

Así llegamos a lo que queda de un primer molino, el de Bastiana.
Sólo un par de hiladas de piedra, que ya se camuflan con el entorno.

Continuamos entonces a la vera del río, fagocitándonos el fulgurante bosque de ribera, con su intenso verde primaveral.

Y ya nos damos cuenta que, a poco que baje crecido el arroyo, puede haber dificultades en algún punto. Algo a tener muy en cuenta, como podréis ver a lo largo del reportaje.

Con lugares indómitos, donde el agua y el bravo manto vegetal, nos regalan enclaves de salvaje belleza.

Toca cambiar al margen derecho del río, en este caso a través de una llabanona dispuesta a tal efecto.
Nos vamos a aburrir de pasar de una a otra orilla, y no todas las veces va a ser tan fácil.

Sin embargo, entre vadeo y vadeo, el camino no va a ofrecer dudas y siempre tendido, serpenteando por un entorno que es para disfrutarlo con calma.

Lleno de fotogénicos y húmedos detalles que nos obligan a hacer continuas paradas.

Y llega el primer vadeo a la brava, donde buscamos el mejor sitio para volver al margen izquierdo, en las inmediaciones de lo que parecen los restos de un azud.

La senda nunca abandona los márgenes del río y, como habíamos dicho, señalizada con abundantes marcas de pintura; veremos alguna un tanto desmesurada.

Segundo vadeo; cambiamos al margen derecho...

...tras lo cual, y al poco, vuelta al izquierdo por un tercer vadeo.

Así llegamos al segundo molino, el de Hevia.
Sólo ruinas, aún así, nos fijamos en las bien canteadas dovelas que forman el arco del infierno.

Seguimos disfrutando del paseo, que es un placer para los sentidos, cuando sobre el margen contrario, vemos lo que parece ser una antigua canalización.

Y llega el cuarto vadeo, para no perder ya la costumbre.

Salimos entonces y brevemente a zona más abierta.

Cuando vemos la señalización del tercer molino, el de La Peña.
El caso es que, con esta exuberancia no lo ubicamos en un primer momento, al estar mimetizado con el entorno. Más tarde veremos que se encuentra donde señalamos.

Sin ser necesario, porque en unos minutos vamos a verlo desde otra posición, vadeamos el río por quinta vez, a ver si damos con él.

Pero todavía nos pasa desapercibido. Sin embargo estamos en un lugar idílico, donde el río se despeña en una vistosa cascada.

Salto de agua al que nos acercamos hasta dónde el caudal nos lo permite.

Y retrocedemos sobre nuestros pasos, cruzando el arroyo nuevamente para retomar la senda, senda que gana unos pocos metros...

...para enfrentarnos al sexto vadeo.

Por donde invertimos el rumbo, sobre el margen izquierdo y momentáneamente, alcanzando así la cabecera de la cascada.

Es desde esta posición que, a la izquierda del salto de agua, ahora sí vemos las ruinas del molino, camuflado en perfecta armonía con el entorno.

Por otra parte, estamos en un bonito rincón que sugiere la presencia de algún ser mitológico, entre todo este musgo y helechos, que todo lo cubren.

Desandamos entonces nuestros pasos para retomar el sendero.

Y, en nada, el cuarto molino, el Molín Nuevu, que dado su estado actual, poco honor hace a su nombre.

Así seguimos remontando el valle por el margen izquierdo.

Hasta llegar al siguiente cambio de orilla.

Que obliga a agarrarse al árbol para enfrentar el séptimo vadeo.

Aproximándonos ya al quinto molino por el margen derecho del río.

Se trata del Molín de Posada.

En el cual llama la atención la buena cantería, así como la inscripción grabada en el dintel de la puerta, donde se aprecia el nombre del dueño y la fecha de construcción: 1839.

Vuelta al margen izquierdo; esta vez cruzando por los restos de un vetusto puente de bloques, sin mayor complicación.

Salimos entonces a zona un poco más abierta para cruzar, al momento, bajo la sombra de ocalitos de gran porte.

Total, que bordeamos una cuidada pradería.

Y, cruzando otro puente de losas, salimos a la pista que une las parroquias de Argüeru y Careñes.

 Pista que abandonamos al momento por su derecha, e inmediatamente pasamos junto al sexto molino, el del Bayu/Vayu, reconvertido en vivienda.

Nuevamente a la umbría del bosque de ribera.

Y, como es menester, otro vadeo; vamos ya por el octavo.
Si nos fijamos, en muchos de estos vados, se aprecian los bloques caídos que, a modo de puente pétreo, facilitaban el cruce del arroyo; está claro que cuando la zona estaba llena de vida "molinera" el paso del río estaría franco.

Bosque de ribera que, con su exuberancia, nos sigue regalando mágicos rincones.

Ya vemos el séptimo molino, al lado de un puente que no debemos cruzar, y éste parece grande.

Molín Carbonera.
De gran porte y dos plantas, contaba con vivienda; hoy sólo ruina, como podéis ver.

Vadea que te vadea por los meandros del río, y van nueve.

Para salir a zona abierta, cruzando por una pomarada en desuso.

Siempre fijándonos en los pequeños detalles...

...alcanzamos el octavo molino, el de Cerilo.

También con dos plantas, disponía de vivienda y corredor abierto al Sur.
Como curiosidad, este molino era el único que contaba con molinero que trabajaba por sistema de maquila, todos los demás eran de propiedad vecinal.

Nuevamente llama la atención el buen canteado de sillares esquineros y dovelas.
Vemos también multitud de pequeñas cruces grabadas, de las que desconocemos su propósito o significado. Quizás tengan un sentido de protección o, simplemente, sean la firma del cantero; pero bueno, esto son elucubraciones nuestras.
Justo enfrente vamos a ver otra losa, a modo de puente, que no debemos cruzar.

Manteniendo, de esta forma, nuestro rumbo valle arriba, enseguida llegamos a la décima zona de vadeos.

Se trata de un lugar interesante, al ver los restos de la represa del anterior molino, así como el enlosado de lo que parece una canalización.

Poco hemos caminado cuando ¿qué es lo que toca? pues el decimoprimer cambio de orilla sin puente.

Vadeo que nos aboca al noveno molino, el de Ferbeyón.
Molino que tenía fama de ser el que mejor molía de todos los del río Merón.

Sólo ruina, aún se puede ver dentro del infierno, el rodezno que, con la fuerza del agua, hacía girar la muela volandera.

Así seguimos cuando pasamos junto a otro vistoso rincón.

Y no sabemos cuántos van ya.

Siguiente meandro, siguiente vadeo, el decimosegundo.

El sendero nos lleva ahora sobre el margen derecho, viendo en la orilla contraria los restos del décimo molino, el del Campu, cuando vamos al encuentro, pasando por una especie de cruce, del Camín Real que comunicaba Argüeru con Careñes, el cual salvaba el cauce por el llamado Puentón de la Grúa.

Total que volvemos a cruzar el río por una gran losa para llegar al Molín de Requexáu, el decimoprimero.

Molino que se encuentra restaurado y aún se puede ver la canalización a su izquierda.
Se da el caso que este fue el último molino en dejar de funcionar de toda la cuenca del Merón.

Así seguimos por el margen izquierdo, cuando pasamos por una zona con paneles informativos al respecto de la ruta, también de flora y fauna.

Sin olvidarnos de la gran cantidad de caballitos del diablo que vemos en este tramo.

Nuevo cambio de orilla por otro pretérito puente de grandes losas.

Para bordear la parte baja de las fincas del Perote.

Y ¿qué es lo que echábamos de menos? pues el decimotercer vadeo, en el que la peculiaridad radica en que vemos un puente de "quita y pon" en la orilla.

Así nos aupamos al decimosegundo molino, el de Perote.

Interesante este molino, porque en su interior aún podemos ver parte de sus elementos, destacando la pinza metálica que servía para levantar las muelas, la cabría.

Llegamos entonces a un punto clave, cuando alcanzamos el Camín del Caleyo.
Aquí tenemos dos opciones:
De seguir por la izquierda, abandonaríamos la cuenca del Merón, para dirigirnos ya directamente al barrio de Manzanedo.
De seguir por la derecha, veríamos los dos últimos molinos, abandonando el curso fluvial en Puente Robléu. Claramente nuestra opción pasa por aquí, así que tomamos el ramal derecho que asciende junto a la puerta metálica, para abandonarlo en escasos metros por una senda que parte por la izquierda.

Y que, en nada, nos lleva a cruzar por una portilla de madera que cierra el camino.

Llegando así al decimotercer molino, el de L'Aturiellu.

Molino restaurado en 1987 (para nosotros en un estilo un poco cuestionable), vemos que data de 1787, y mejor harían en cerrarlo, porque su interior se encuentra en estado deplorable.

Justo enfrente, salva el río un puente, decorado con una rueda de carro del país, y por el que debemos cruzar.

Ya la senda nos lleva a enfrentar la última zona de vadeos, la decimocuarta, que en realidad son tres consecutivos.

Alcanzamos de esta forma el decimocuarto molino y último de la ruta, el de Modesto el Tanganu.

Toca traspasar una portilla metálica, donde hay que prestar atención al pastor eléctrico, como vemos señalizado.

Y que da paso a una alomada pradera, donde ascendiendo escasos metros ganamos la canal por donde va la senda, que en poca distancia nos lleva hacia las casas de Puente Robléu, para cruzar por última vez el Merón por un puente de madera.

Salimos así al asfalto, que ya no abandonaremos hasta volver a caer a la playa de Merón.

Enseguida pasamos junto al área de Llavandera, donde sus mesas nos vienen de perlas para comer el bocata.

En agradable paseo, la carretera nos va orientando al Norte, discurriendo entre extensas fincas y quintas mariñanas.

Que nos lleva a pasar por el núcleo de Manzanedo.

Poco más adelante, por Abedules, donde nos vamos fijando en la señalización que dirige hacia la playa.

Cuando ya vemos la cuenca del Merón próximo a su desembocadura.

Y a donde comenzamos a descender por la pista asfaltada que conduce a la playa.

Playa de Merón, cerramos así la circular a una ruta bien guapa e interesante.

Aunque todavía nos daremos una vuelta por los pedreros, en busca de alguna huella de dinosaurio.
Paseo infructuoso, pues es un tema que no traemos preparado y no sabemos exactamente dónde se ubican. Nos quedaremos bien cerca.

O dejamos el perfil de elevación.

¡¡Un saludo!!